¡Es la cultura machista…! || Transiciones

Mi generación, quienes coincidimos en la universidad, vivimos tiempos de movilización contra el sistema político autoritario. Desde luego, nos nutrimos de muchas lecturas, la mayoría provenientes de Europa, las que además nos formaron en una visión radicalmente diferente sobre el sistema económico y la esfera privada de nuestras vidas. Eso se tradujo, entre otras cosas, en el deseo por transformar las tradiciones conservadoras familiares. Éramos unos inconformes irredentos.

Muchos de mis compañeros (e incluyo a las compañeras) pensaban que nuestra lucha lograría transformar esa cultura conservadora donde se nos educaba para reproducir roles sumamente tradicionales a hombres y mujeres. Hablar de otras opciones sexuales, ni hablar, estaba proscrito. El choque era terrible. El desprecio hacia la familia tradicional se manifestaba en actitudes cotidianas y en desapego.  

Había también quienes pensaban que lo que se requería era una revolución social para resolver todos los problemas: los de la esfera pública y de la privada. En ese mundo idílico no habría injusticias, tampoco que preocuparse más por la familia tradicional. Seríamos felices, libres, el matrimonio ya no sería tradicional. A la vuelta de los años muchos compañeros reprodujeron exactamente los mismos patrones conservadores en sus hogares y se volvieron incluso militantes de partidos políticos de derecha. ¿La lucha fue en vano?  Aún así, no lo creo. Logramos mucho: sin esas movilizaciones la apertura del sistema político sería impensable. La caída del autoritarismo y las reformas electorales que condujeron a la democracia política son, en mucho, fruto de las movilizaciones de las décadas de los setenta en adelante.

Aunque pudiera pensarse que no es imposible, el regreso de un sistema político autoritario resulta lejano. Me refiero a la larga etapa de partido hegemónico y de cerrazón total de los canales de manifestación disidente. Las redes sociales son un dique, con todas sus desviaciones, para las tentaciones autoritarias. Traigo todo esto a colación, para tratar de interpretar lo que hemos vivido en los últimos tiempos con las movilizaciones y demandas feministas y su derrotero. Lo que veo en el fondo de la transformación que nos anuncia el movimiento feminista es la posibilidad de un cambio de la cultura machista y misógina.

La transformación de dicha cultura no será fruto de una sola movilización, ni siquiera de la llegada de un nuevo gobierno. Es una larga sedimentación de pequeños cambios que se irán acumulando para transformar la forma en la que hombres y mujeres por igual vemos y defendemos los roles de ambos en nuestra sociedad. El cambio en valores, percepciones y representaciones de las relaciones entre hombres y mujeres no se logra por decreto. Es un trabajo cotidiano de todos para deconstruir la cultura machista. Insisto, que a diario reproducimos todos. 

El gran problema será creer que el “sistema patriarcal” “caerá” como fruto de las manifestaciones. Lo que puede caer y transformarse es la cultura machista y la misoginia. Y esos avances sí los podemos ver, impulsar, gestionar. Por ejemplo, podemos cambiar, poco a poco, la forma en la que educamos a niños y niñas. Yo sigo escuchando a “feministas” (mujeres y hombres) que siguen reproduciendo la visión de sus abuelas(os) y madres (padres) sobre los roles. No solo llaman, sino que desean que las niñas sean “princesas” y los niños “príncipes”. Y éstos son formados desde pequeños para ser proveedores y convertirse en “buenos partidos” para el matrimonio. Todo lo contrario de las “princesas”.  Lo que necesitamos es formar para transformar los roles tradicionales y desterrar la idea de que la mujer debe estar sometida y, de manera soterrada, violentada por no obedecer a su pareja. 

En estos cambios tienen que ver la familia, la escuela y las instituciones públicas. No se logrará por decreto, ni destruyendo los monumentos históricos. Sí y mucho se logrará en el terreno educativo. Aunque sea políticamente correcto afirmar que el “sistema patriarcal” está a punto de caer, lo cierto es que la paridad y la equidad son cosa de todos. Y todos, hombres y mujeres, tenemos una enorme responsabilidad en reproducir la cultura machista y misógina; pero tenemos también la oportunidad para cambiarla.

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