LA NOCHE DE LOS NAHUALES||Benjamín M. Ramírez
“MARIANA, ESCUCHA, ESTAMOS EN TU LUCHA” O “LA FUTILIDAD DE LA JUSTICIA”.
Las protestas, marchas y exigencias no cesan para la aclarar la muerte de la joven pasante de medicina, Mariana Sánchez. Ni su superior inmediato, ni las autoridades de la Jurisdicción Sanitaria a la que está inscrita la clínica en la que prestaba sus servicios en Nueva Palestina, en Ocosingo; ni las autoridades universitarias de la Universidad Autónoma de Chiapas, UNACH, ni la Fiscalía Estatal de Justicia, FEJ, la escucharon.
La dejaron en su sino, la abandonaron: fueron omisos, cómplices, culpables, coautores, encubridores y compinches en la muerte de la médico pasante.
Nadie escuchó, ni vio, ni quiso saber.
Las protestas y exigencias se han generalizado en cada hospital, en cada escuela o facultad de medicina, en cada estudiante que vive la zozobra por conocer el lugar en donde desarrollará su servicio social, en donde puede comprometer su salud emocional, su integridad física y su vida.
Desde Chihuahua hasta Tapachula, Tijuana y el centro del País o el sureste, de frontera a frontera persiste el miedo y una latente preocupación para que se regulen las condiciones o estatutos del servicio social en cada centro educativo, principalmente en lo relativo a los pasantes de medicina. Incluso las redes sociales han posicionado un pronunciamiento “Por un 2021 sin Servicio Social en comunidades sin ley”, reza la consigna que sería necesario y urgente revisar, incluyendo la inhumana jornada de guardia por más de 36 horas.
Nadie parece escuchar, ni regular, ni revisar.
Cuéntenme de Mariana para que su voz sea escuchada en cada rincón, en cada curul, en cada vivienda de las comunidades marginadas y abandonadas a su suerte, sin ser auscultadas; en las colectividades olvidadas y sepultadas en vacíos etéreos, sutiles, impalpables.
Mariana denunció y su agresor aún estaba ahí…
Cuéntenme de sus sueños, de sus miedos, del insomnio permanente y recurrente, su lucha fútil, inocua e inútil ante instituciones indolentes e inoperantes, insensibles e inhumanas; sanguinarias que permitieron el sacrificio en honor al dios de la impunidad, en acciones execrables, abominables, y absurdas.
Cuéntenme de la complicidad de propios y extraños, de autoridades y compañeros, que callaron por miedo, por instrucción, por asedio y cobardía.
Mariana levantó la voz y fue elevada, colgada de la puerta, martirizada en ritual de sacrificio, inmolada a la deidad de la corrupción, marchitada y socavada en su frágil humanidad, con el tenue peso incorpóreo de sus conocimientos, competencias y habilidades.
Dos, tres, cuatro veces fue víctima; dos veces sacrificada: un sacrificio le arrebató sus sueños, sus energías, sus esperanzas; el otro, le quitó la vida.
Háblenme de Mariana para poder escuchar las voces de quienes han sido silenciadas a fuerza de amenazas, de balas; desaparecidas, en su terco afán de salvar vidas y servir a la comunidad. Levanten la voz para que sea escuchada por los oídos sordos de las autoridades, de las instituciones, de las corporaciones; de quienes pudiendo protegerla y cobijarla, la abandonaron.
Los prestadores del servicio social, los pasantes de medicina, son hijos de nadie: ni son empleados del Estado, ni estudiantes de su centro universitario, pero los dos pueden negarle el título profesional.
Digan qué sabor tienen los tamales, los días de descanso, las amenazas para no liberarle el servicio, de ser incriminada, boletinada, desahuciada y declararla no apta para ejercer la noble profesión de la medicina.
Refiéranme lo que veía en la soledad de su cuarto, a oscuras, en penumbras, mientras soñaba con los ojos abiertos, esperando —una vez más— la intromisión de su agresor que violentó su cuerpo y asesinó su espíritu. —Nadie te escuchará, le habrá dicho al oído. Y tuvo razón. —No levantarás la voz, sentenció una vez más, pero se equivocó.
Cuéntenme de la frustración, estrés y decepción de los estudiantes de medicina para alcanzar el promedio que les asegure una localidad cerca, lo más cercana a la seguridad, limítrofe de la supervivencia y el sacrificio cuando los hijos de quienes tienen los contactos, el poder o el dinero sólo con realizar una llamada telefónica, enviar un mensaje, o una recomendación estarán seguros en las mejores plazas del mercado.
A ellos no se les toca, no se les acosa, son vacas sagradas y nunca serán inmoladas.
No sé si fue suicidio. Ignoro si fue homicidio. Hubo celeridad en la cremación, en el intento infructífero de la autoridad para callarla de una vez por todas, para ahogar y apagar el reclamo tácito de justicia.
Ya las redes sociales están sacrificando al posible agresor y victimario. No existe una postura oficial. Sólo silencios ominosos, cómplices, vergonzosos, encubridores, favorecedores. Tal como dice la FEJ de Chiapas, no existe denuncia: Mariana dio a conocer los hechos a las autoridades inmediatas, ellas simplemente callaron. Unos tamales y días de descanso fue la respuesta a su demanda.
Este país necesita recibir médicos, no cadáveres.
Mariana murió, y su agresor aún andaba por ahí…