LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Benjamín M. Ramírez
EL PAÍS Y SUS MUERTOS: DE XOCHIMEHUACÁN A TANGAMANDAPIO.
Por Benjamín M. Ramírez
Imágenes dantescas: la carne a flor de piel, con quemaduras graves, incapaces de articular palabras por el dolor insoportable. Así lo vivieron decenas de personas en días pasados a causa de la explosión de una toma clandestina de gas natural en Xochimehuacán, Puebla.
Los afectados nunca imaginaron que serían despertados por el fuerte olor a gas y que debían abandonar inmediatamente la tranquilidad del lecho y el sueño en las primeras horas de la madrugada para ponerse a salvo.
Aún no puedo imaginar que, a pesar de la destrucción de decenas de casas, algunas en su totalidad, sólo se presente un muerto como cifra oficial y al menos diecisiete heridos, algunos de ellos de gravedad. Como siempre PEMEX nunca aceptará una cifra mayor a un deceso.
Llama poderosamente la atención, una advertencia a tiempo para las autoridades, la diversificación de la ordeña de los ductos de la paraestatal Petróleos Mexicanos: no sólo es huachicol de gasolinas, como lo registrado en Tlahuelilpan en el estado de Hidalgo, la industria del robo de combustible parece robustecerse con la sustracción de gas, a pesar de que las autoridades de seguridad en el país indiquen que este ilícito va a la baja.
El peligro lo corren miles de familias que se encuentran asentados a lo largo de la red de los poliductos de PEMEX. Cualquier operación fallida perpetrada por quienes realizan este tipo de actividades ilícitas coloca en una situación de riesgo la seguridad de los habitantes que se encuentran en los alrededores de las tomas clandestinas, pero esto parece no importarle a los “huachigaseros”, como los denomina Barbosa, con tal de sustraer el combustible y asegurar jugosas ganancias.
Lo cierto es que, una vez más, las autoridades en sus diversos niveles: municipal, estatal y federal han sido rebasadas. ¿Cuál sería una de las medidas idóneas para disminuir la ordeña de los ductos de PEMEX? Y aunque el número de víctimas pudo (y puede) ser mayor tal vez la acción inmediata de la comunidad de Xochimehuacán fue oportuna para salvaguardar la integridad física de quienes se encontraban soñando teniendo una bomba de tiempo como almohada.
Las graves quemaduras de las personas que perdieron la ropa y parte de la piel a partir de la explosión en el abrazo ígneo del voraz incendio, según las imágenes que circulan a nivel internacional, constituyen una fuerte denuncia a partir del dolor de las víctimas, ante la omisión de un deber legal del Estado para brindar seguridad a los ciudadanos.
Pocas horas después de la explosión, de la víctima fatal, de los quemados, saltó al ruedo un gobernador que permanece aletargado la mayor parte del tiempo ante las graves situaciones que imperan en la entidad y que parece no importarle. Sólo atinaba a decir que este hecho no quedará impune y que las autoridades federales ya tenían conocimiento del caso.
Con los primeros rayos del sol la magnitud de la tragedia se reveló en su monstruosidad: parece una zona de guerra, Siria o Gaza. No importan las pérdidas materiales, puesto que se recupera; la integridad física, no.
Ojalá y este tipo de situaciones como las registradas en Tlahuelilpan, Hidalgo o Xochimehuacán, Puebla no se repitan nunca más.
Puedo estimar, a partir de las imágenes que circulan a través de las redes sociales, que los daños son mayores a lo cuantificado por las autoridades poblanas.
A partir de este lunes México preside el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas. La encomienda parece ser una ironía. El país que tiene a las seis ciudades más violentas del mundo es garante de la seguridad internacional. No dudo de la intrepidez del mexicano, del vecino solidario, del pueblo hospitalario y de la vocación por la paz que prevalece en el ánimo de millones de ciudadanos, pongo en tela de juicio el sistema de justicia en el Estado Mexicano.
La estulticia radica en que ni siquiera nos podemos poner de acuerdo entre nosotros como mexicanos para construir la cultura de la paz, intentaremos poner de acuerdo a pueblos en zonas de beligerancia: Israel – Palestina, Siria, Afganistán, Irak, Nigeria, entre otras zonas de conflicto.
La impunidad, la corrupción y la anomia del Estado favorecen el clima de violencia que vive el ciudadano en su diario devenir. Así sea en Tangamandapio, Veracruz, Reynosa, Tijuana, Acapulco o Cancún la violencia permea los estratos más ínfimos de la sociedad, e incluso se presenta hasta en los pueblos más alejados de los centros urbanos.
A la manera de Humberto Pedrero, Huarichi: ¿Cuántos muertos faltan para vivir en paz?